Escritorio (2006)


NEGOCIOS

Mi negocio es la vida.
La muerte sólo pasa la factura.
Algunos entendidos aseguran
que hay algo más:
la herencia de la muerte.

Para mí —contradigo— el negocio
es mirar unas gaviotas, ponerle nombre
a cada una de ellas y,
como digo gaviotas,
puedo decir el aire en que planean,
cada aleteo del viento.
Es cierto que, cuando los nombres
diversos del aire pasan a ser silencio
o noche, las gaviotas se van,
son simplemente ideas,
vuelos imaginados, alas
que no se ven, negocios extraviados.

Los asesores de confianza,
expertos, sin embargo,
creen firmemente en su
particular nombre de pila,
acaso más que en Dios.
Cuando oyen ese nombre
se dan vuelta en la calle
como cualquier mortal o como
si fueran un vecino de tantos,
pero no saben bien qué diferencia hay
entre una bandada de gaviotas y el nombre
—escondido— de cada una de ellas.

Este es sólo un ejemplo de negocios.
Hay otros y muy prósperos.

La idea del negocio
es el comienzo de la vida
que tiene, entre otras cosas,
una descomunal plusvalía de risas.


MUERTE DRIBLEADA

(a Eduardo Darnauchans)

Toda la muerte cerca a un
niño, que le hace una finta,
se le escapa, la descoloca.
No suelta la pelota.

No me compliques la vida,
dice la muerte.
Y el niño se le ríe en la cara.


EL AMO

El amo
percibe siempre al otro como amo.

No puede retirarle
su condición de semejante,
lo cual explica muchas efemérides
épicas, familiares o simplemente
historias inventadas
por el deseo.

Eres —dice el amo— mi sirviente,
pero no puede amortiguar el peso
poderoso del otro.

Amortiguar al amo es
una tarea imposible
como salir a cazar mariposas
con redes de pescar,
estrellas no nacidas o muertes apagadas.


DISTANCIAS


Hay que hablar a los gritos
porque el mundo está lejos.
Uno
dispone apenas de unas manos
con pequeñas falanges que
se empeñan en acercarlo.

Pero no. También hay unos ojos
que ven colores, gracias
a un gen femenino que le cayó
a un tipo como yo, viril y todo eso.

No puedo imaginarme
oyendo solamente “Ojos Negros”
o sin mirar el mundo
en la TV de colores.

También tengo una boca, madre,
de hablar bajito, como
cuando oíamos música.
No tengo más remedio que decírtelo:
el mundo
me está comiendo hasta los codos.